Editorial Hormiguero

Conoce el mito yanomami “Los Hijos de la Luna”

Es importante para la cultura literaria, conocer todo lo reunido por la tradición oral que, de alguna manera, siempre forma parte del imaginario colectivo de nuestras comunidades. En este caso, compartimos un mito yanomami, el cual nos transmite el carácter espiritual de esta etnia indígena americana.

Las comunidades indígenas Yanomami son grupos de cazadores recolectores, habitantes de la selva amazónica,  acostumbran a pintarse el cuerpo de rojo con onoto, de morado añadiendo al onoto una resina llamada caraña, de blanco con arcilla como color festivo, o de negro humo como color para expediciones de guerra simbolizando la noche y la muerte. Igualmente, perforan los lóbulos de sus orejas, para ornamentarse con trozos de caña verada, plumas y flores, así como en el tabique nasal y la comisura de los labios, para adornarse con finos palillos de bambú.

Los Yanomamis se consideran a sí mismos como Hijos de la Luna, herederos de un espíritu cuya sangre les da vida, según el siguiente mito.

LOS HIJOS DE LA LUNA

Los Yanomami se consideran a sí mismos como Pulipulibará, o Luna, era un shamán de cielo que robaba los restos de los primeros indios Sanemá-Yanoama, que aún no tenían la verdadera sangre de hoy y morían como mariposas después de algunos días.

Pulipulibará tenía abundante sangre celeste y piedras rojas impregnadas de sangre de la vida. Para mantener siempre esa cantidad de sangre, Pulipulibará se robaba los cuerpos aún frescos de los Sanemá- Yanoma, con su poca sangre artificial, hecha de agua y onoto.

Los Sanemá-Yanoama, horrorizados,  decidieron entonces enterrar temporalmente sus muertos hasta su entera desintegración, para luego volver a desenterrarlos y proceder a la cremación y a la gestión de las cenizas de sus seres queridos pero pese a esta preocupación, “…Pulipulibará olía la sangre aún fresca  de los cuerpos  recién enterrados y seguía robándolos, como a veces…” no se daba cuenta de los cadáveres enterrados profundamente, bajaba de noche a los pueblos dormidos de los Sanemá Yanoama y ahogaba a las mujeres, robándoles la sangre y el corazón.

Un grupo de shamanes –los Sabulitepwan- decidieron flechar a Pulipulibará o Luna. Cargaron sus arcos, con el manojo de flechas bien apretado en la mano izquierda.

Raki, raki, raki…, tendió el arco uno de los brujos. La cuerda tensa hizo raki, raki, raki,hasta casi romper el arco. El brujo apunto hasta Pulipulibará o Luna. Tensó todavía más el arco que dejo oír un krik, krik, krik, de querer astillarse. El shamán soltó la cuerda. Tash, tahs, tashshsh, sh, sh… la flecha se remontó hasta casi alcanzar a Pulupulibará,  pero erró en el blanco, volvió a caer sobre la tierra y quedó clavada  en el suelo, oscilando, klim, klim, a un lado y al otro.

Otro shamán tomó su arco, tensó y soltó la cuerda violentamente varias veces repetidas tak, tak, tak, para cerciorarse de que la cuerda de su arco estaba bien tensa. No estaba satisfecho. Soltó del arco el extremo superior de la cuerda, guardó el arco inclinado y sostenido a lo largo del pie derecho y mojado el extremo suelto de la cuerda, la retorció  sobre sí misma muchas veces entre las dos palmas de sus manos. Luego, volvió atarla al arco, con un violento esfuerzo de la rodilla, que lo hizo curvar peligrosamente. El arco quedó sumamente tenso, como para flechar a Pulipulibará lejana. Cogió el shamán una de las flechas de su manojo y la enfiló, el arco al disparar hizo Kliiinn, y la cuerda tensa hirió seriamente en la muñeca al gran shamán. La flecha subió al cielo, pasó rozando a Pulipulibará y volvió a caer ¡tak! En la tierra.

Varios brujos intentaron alcanzar a Pulipulibará con sus tiros de arco, pero quien más cerca, quién más cerca, quién más lejos, todos erraron el tiro y Pulipulibará seguía haciendo mal.

Al fin surgió el jefe máximo de los shamanes, Yuhilinawai. Cogió su arco y su manojo de flechas y se tendió de espaldas en el suelo. Sosteniendo con los dedos gruesos de los pies, lo tendió con toda su fuerza de sus rodillas y de sus muslos. Los músculos de sus muslos temblaban, kli, kli, kli…, violentamente. Tiró también de la cuerda con las dos manos. Apuntó bien y soltó la flecha. Fuissssss…, la flecha se clavó casi de inmediato en pleno ombligo de Pulipulibará-Luna y quedó un largo rato oscilando y oscilando. Luego paró y comenzó a sangrar: ¡tak!, una gota, ¡tak! otra gota… y otra, y otra. Las gotas caían en la tierra  sobre la cabeza de los Sanemá-Yanoama todavía blandos y efímeros a causa de la sangre artificial de agua y onoto que tenían.

En las mujeres, las gotas de sangres celestres entraba dentro de sus vientres, se llenaban y las mujeres se sentían molestas y pesadas. Tuvieron que sentarse en el suelo para arrojar, por la vulva, el exceso de carga vital. Desde entonces, las mujeres tienen menstruación y se ven obligadas a sentarse en el suelo sin hacer nada durante dos o tres días, esperando que la sangre donada por la herida de Pulipulibará, salga de ellas, para liberarse del exceso de vida.

En los varones caían las gotas de sangre celeste como un baño al pie de un salto de agua. La que se filtraba en sus cuerpos y les daba vigor y sus vidas se alargaban muchísimo años.

Pulipulibará-Luna no murió, pero sigue sangrando, siempre con la flecha clavada en su ombligo y dando sobre abundancia de vida tanto al pueblo Sanemá-Yanoma, como a las criaturas y a las flores y a los frutos de la tierra. Por eso, los Sanemá-Yanoma son y se consideran realmente como los hijos de la Luna.

Pulipulibará tiene en su ciclo tan sólo tres días de descanso, en los cuales se esconde en sus casa para comer de noche y hartarse de sangre ajena, que hoy roba a otros pueblos que no son Sanemá-Yanoma. Pero en ese ciclo de tres noches negras, sin la presencia visible de Pulipulibará, el peligro es mayor, ya que puede volver a robar la sangre de vida de los Sanemá-Yanoma. Por eso, son también los días, los Sanemá duermen en sus campamentos, oyendo exorcizar a los shamanes  del pueblo, a fin de no sufrir el ataque silencioso de la devoradora. Por eso los hombres y mujeres Sanemá-Yanoma deben embardunarse del rojo de onoto, en sus caras y en sus cuerpos, durante esos tres días críticos en los que Pulipulibará acecha a escondida.

Pero esos tres días en los que Pulipulibará se esconde, son también los días más fecundos de la vida de los Sanemá-Yanoma y de toda la naturaleza, porque Pulipulibará con su sangre celeste, da vida y hace madurar la frutas silvestres.

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